jueves, 7 de junio de 2018

Pedir perdón a un padre en duelo

Hace unos días una doctora, Soledad Ramírez, del centro de salud www.centrosermujer.cl, publicó una carta de disculpa impresionante hacia todas las familias que han sufrido la muerte de su hijo en el vientre. En el artículo hablaba en nombre de los profesionales de la salud, pero podría haber sido de un padre hacia su hijo que ha sufrido esta desgracia, de un hermano que no ha sabido acompañar, de un amigo que se ha distanciado evitando compartir el dolor de esos padres en duelo...

He adaptado un poco el texto con las palabras que a mi marido y mi nos gustaría tanto escuchar, palabras que salieran del corazón de aquellos que han sumado más dolor a nuestro dolor, seguramente sin mala intención, pero que por ahora no han sido capaces de pronunciar. El duelo nos ha mostrado la mejor y la peor parte de las personas que nos rodean. Desgraciadamente la incomprensión y falta de respeto del entorno perjudica terriblemente el duelo, lo alarga, lo cronifica... de cada 2 crisis de llanto desconsolado una es por causa de lo que nos han dicho, de lo que nos han hecho, de la incomprensión y la soledad que sentimos.

Algunas palabras y actos pueden hacer mucho daño a un padre en duelo... y la herida causada difícilmente sanará nunca.

A ti que has perdido un hijo en tu vientre, antes o después de nacer.

A ti que con él has perdido un pedazo de ti misma.

A ti que dudas si algún día te recuperarás de esto.

A ti que no entiendes, que a ratos aceptas, a ratos no, a ratos protestas, a ratos no. A ratos quisieras gritar y a ratos ser invisible.

A ti que la muerte te ha elegido tocar, pero no llevar entera.

A ti que temes no recuperar la ilusión. Que anhelas dejar el dolor, pero también temes hacerlo, porque te conecta…

A ti que has cargado en tu cuerpo vida y muerte de quién más amas en el mundo.

A ti que eres madre, aunque muchos no lo sabrán.

A ti que tantas veces sientes que este ya no es tu lugar, que debes irte con él.

A ti te pido perdón.

En nombre de todos quienes te hayamos (mal)atendido, (no)acompañado y en vez de ayudarte, hemos sumado más dolor a tu dolor.

Perdón por los modos, por pedirte que cerraras los ojos y te aislaras de lo que te estaba ocurriendo. 

Perdón por las prisas. Por no entender que en ese momento para ti el tiempo se congelaba, y en parte te congelabas tú con él. 

Perdón por no acompañarte con cariño y con calma y ayudarte a afrontar las terribles horas que venían, a prepararte para conocer y despedirte de tu hijo lo mejor que pudieras. 

Perdón por decirte que ya está, que debes seguir adelante y no entender que era imposible que estuvieras lista para volver al trabajo ni al mundo tan pronto. 

Perdón 
por agobiarte con tomas de decisiones que no estabas lista ni para pensar, menos para entender, menos aún para actuar, porqué no te evité los trámites y papeleos de bajas y funeraria.

Perdón por no nombrar a tu hijo, por no nombrarte a ti, por no nombrar lo que ha ocurrido.

Perdón por el silencio, por lo no dicho, o peor a veces por lo mal dicho. 
Perdón por estar a tu lado y hablar contigo como si no hubiera ocurrido nada. 

Perdón por no creerte que tú sabías que algo no iba bien.

Perdón por no entender lo sagrado, lo sutil y trascendente de ese momento en tu vida.


Perdón por lo frío, quizá a veces es por protegernos y no quemarnos con la intensidad de la emoción.

Perdón por no preguntarte cómo te sentías.

Perdón por las veces que has escuchado feto, óbito, restos embrionarios, tejidos…tu hijo era un bebé.

Perdón por no aconsejarte cogerle y verle cuando quizá quisiste, por no querer hacerlo yo también. En realidad me hubiera gustado muchísimo conocerle.

Perdón porque ese día te fuiste a casa con un vacío no sólo en tu útero sino en ti entera.

Perdón por no entender cuánto tiempo ibas a sangrar, sobretodo del alma. Por no ver la magnitud de las heridas con que te ibas. Por no ayudarte a prepararte para lo que venía.

Perdón por no entender tu miedo, tu temblor de piernas, tus lágrimas. Perdón por no entender el amor que tienes aún a tu hijo que partió.

Perdón por no escucharte, por no abrazarte. Ahora entiendo que un corazón en duelo no necesita alguien que le hable de otros temas, que le de consejos paternales o lecciones.  

Perdón por el silencio y la soledad que has sentido. Porque no te llamé en los siguientes días, semanas o meses para saber cómo ibas.

Perdón por los que te dijeron y quizá siguen diciéndote; “eres joven, ya tendrás otro”, “mejor que haya ocurrido ahora que después”, “menos mal a ti no te pasó nada”, “el tiempo todo lo cura”, “todo pasa por algo” y tantas frases más que todavía duelen. Perdón por la falta de tacto, en nuestras palabras y en nuestras manos. La falta de tacto…

Perdón por no mirarte a los ojos cuando necesitabas sostener tu mirada en alguien.

Por no entender tu ritmo, que anda al compás intermedio de la vida y de la muerte danzando juntas.

Perdón por hacer como que nada ha pasado, por no haber pausado mi vida cuando la tuya se había detenido.

Perdón por negarte el reposo y cuidados necesarios para esta etapa, por no entender que eras incapaz de retomar tu vida, que necesitabas a alguien que te llevara en brazos.

Perdón porque aun siendo tu una parte muy importante de mi vida no he compartido tu dolor, la cobardía y el miedo me han paralizado. 

Perdón por no haberte defendido, por no haber ayudado a los demás a comprender la magnitud de tu dolor.

Porque nadie nos enseñó a hablar de esto, por haber permitido este tabú, por no haberme informado de lo que venía. 

Perdón porque a veces pareciera no importarle a nadie.

Perdón porque con nuestro silencio hemos silenciado tu propio dolor.



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