miércoles, 14 de febrero de 2018

Viviendo a trompicones

Últimamente cuando alguien me pregunta como estoy no se como responder. Estoy viviendo muchos cambios internos,  pilares que han caído, certezas replanteadas, modelos familiares y estilos de vida que ya no deseo... y que antes había deseado con muchísima intensidad, creo que sin plantear bien las consecuencias, deseos infantiles que buscan aun dar una imagen hacia fuera, superar traumas y demostrarte a ti mismo que puedes cumplirlos. Pero la vida de repente te da una ostia de tal calibre que te caen todas las vendas de los ojos, pierdes absolutamente la inocencia y desmonta toda tu vida. Y no te queda otra que reconstruir con los pedazos que te quedan ... pero elijes solo lo importante. O al menos lo pones en primer lugar. Y todo lo demás queda cubierto por un velo. Deja de importarte el qué dirán, dejas de intentar gustar a todos. Racionalizas todo aquello que constituirá los nuevos pilares de tu vida. Y dejas lugar para sentir. Sí, esto me molesta o sí, esto me está haciendo sonreír... Te observas y aprendes a dejar que tus sentimientos fluyan, que la vida fluya. Te liberas de compromisos y presiones, tuyas y de otros.

Pero todo esto no ocurre tranquilamente... Es una tormenta de pensamientos y sentimientos que conviven durante un tiempo muy tumultuoso, incómodo y angustiante. 

¿Como estoy? Pues transitando por un duelo terrible, viviendo en plena tormenta. Llena de dolor. Llena de contradicción. Llena de amor. Llena de resentimiento. Con algo de esperanza, con algo de envidia. Con agradecimiento. Muchas veces sintiéndome derrotada y dejando que la vida decida ya por mi. Con muchos momentos de tristeza intensa, pero también con momentos de paz. Una vida a trompicones, avanzando y parándose continuamente, arrancando de nuevo y volviendo a desfallecer. 

Siento que mi mente va buscando un equilibrio, construyendo estos nuevos pilares y re-ubicando el dolor para que éste ya no sea tan intenso e invalidante.

Hay que ser muy fuerte para afrontar todo esto. Y saber pedir ayuda. Escribir, escribir, escribir... para ir desenredando los pensamientos. Pero merece la pena resistir para aprender también que se puede desfallecer y volverse a levantar.



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