Estando en duelo estos meses uno de los sentimientos que más me ha sacudido es el sentimiento de ser muy muy desgraciados. Perder un hijo cuando justo lo ibas a abrazar es de las tragedias más grandes que puede vivir un padre. Pocos lo pasan y no todos lo superan. Siempre he pensado que hay personas más fuertes que nosotros y con más apoyos para superar esta desgracia.
La desgracia, en realidad, es doble: la muerte de nuestro hijo y la incomprensión que recibimos a nuestro alrededor. En los grupos de duelo hemos hablado muchas veces de este tema. Muchos nos sentimos igual. Otros tienen la suerte de tener una familia que les apoya, que comparte su dolor, que les llevan en brazos en los peores momentos de su vida, que lo paran casi todo por ellos, que esperan pacientes sus tempos, que todo lo comprenden; los ataques de ira, la distancia o el aislamiento de eventos felices para los demás.
Comprendemos la dificultad de acompañar el dolor. Hemos estado en el otro lado. Pero nos cuesta mucho comprender la falta total de empatía, la incapacidad de aceptar que no se necesita "distracción" sino afrontar la realidad, hablar de ello y compartir la mochila. Nos cuesta entender la incapacidad de pedir perdón y el orgullo, el egoísmo delante de unos padres que han vivido algo que jamás podrás imaginar. No es lo que se hace, ni lo que se dice... es lo que transmiten esas palabras y esos actos, o la falta de ellos. Es el agravio del duelo que causa esa indiferencia.
Doblemente desgraciados. Perdimos un hijo y vivimos la soledad y la incomprensión a nuestro alrededor.
Por suerte podemos decir que no hemos estado solos, gracias a Dios. El otro lado de la moneda son aquellos que sí han llorado con nosotros, que sí han estado aquí, que sí han compartido nuestra mochila, se han ocupado de nosotros y nos han mimado. Esos que han hecho un hueco en su vida para nuestro dolor, para acompañarnos en el duelo, para estar con nosotros a diario mientras lo hemos necesitado. Aquellos que, sin pedirlo, nos han sacado de casa, que han escuchado una y otra vez nuestras pesadillas, nuestra terrible historia, nuestras quejas y nos han abrazado y consolado en la desesperación. Esos que hubieran sido capaces de posponer sus celebraciones hasta que estuvieramos listos para compartirlas con ellos. Esos que nos ayudaron a guardar todo lo que Xavi fue y tenía en las cajas al fondo de un armario.Esos que nos han ayudado con los trámites, con la demanda y llenándonos la nevera de comida. Esos que han estado con nosotros en aniversarios y navidades dejando su fiesta para vivir una velada con personas que mueren de dolor. Eso es compasión. Eso es amor. Esto nos ha ayudado a seguir adelante.
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